Estas tierras altas de Moratalla, por su carácter montañoso y su relativa abundancia de manantiales, ha sido apreciada como asiento humano desde los tiempos más remotos. Desde los tiempos del Paleolítico, varios milenios atrás, los valles de la sierra han sido frecuentados por los cazadores de la Edad de Piedra, como cazaderos y como lugar de estancia temporal. Así se puede comprobar por los muchos restos arqueológicos encontrados, fundamentalmente restos de material lítico, es decir, de armas tales como flechas y raspadores y cuchillos, para abatir los animales, separar sus pieles y despiezar las carnes, para su mejor transporte y conservación.

Posteriormente, con el descubrimiento de la agricultura, esta misma abundancia de manantiales y arroyos, junto a lugares de tierra fértil y fácil defensa, propició la aparición de pequeños poblados, como el existente en el cerro frente a la Casa de Martín Herrero (vulgo, Martiarrero). En esos lugares aparecen los restos de los primeros poblados fortificados, los fragmentos de las primeras cerámicas y las herramientas de piedra pulimentada con que laboraban la tierra, construidas de materiales duros pero pulimentables. Estos utensilios, muchas veces llamados piedras de rayo, guardadas como amuleto para proteger de tal meteoro, eran las azadas y arados rudimentarios de la época y no, como muchos quieren, solamente hachas.
    La Cañaíca conserva uno de los mejores conjuntos de todo el término de pinturas rupestres, que abarcan un dilatado periodo de más de diez mil años, y que van desde el final del Paleolítico hasta la Edad del Bronce. Por su importancia para la cultura universal, todas ellas, desde la reunión de Kioto de la UNESCO han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad, junto con las demás del Arco Mediterráneo.

También hay otros restos de tiempos protohistóricos, como los poblados y defensas de Villafuerte, y los situados en los márgenes de La Cañaíca. De todos ellos, destaca el poblado fortificado de Los Villaricos, excavado y estudiado por el muy eminente profesor Walker, una de las mayores autoridades sobre ese periodo histórico.

También los iberos dejaron huella de su paso, en forma de restos cerámicos y algunos exvotos metálicos, así como hojas de lanza y puntas de flecha.

La romanización fue temprana, habiéndose encontrado en el territorio monedas de la época republicana, antes de Cristo. Así mismo, hay pruebas de que conocieron y explotaron el Manantial del Cantalar.

Durante la época musulmana, toda la zona era conocida como El Zacatín, con población de origen berebere, pero sin existir núcleos de población o fortificados de importancia.

En el siglo XIII fue una zona disputada entre los distintos reinos de taifa, pasando a manos de Sevilla o Segura, por conquista y pérdida de la Taifa Murciana. Puso fin a todo este inestable tiempo la conquista por parte de la Orden de Santiago.

En efecto, Pelay Perez Correia, freire portugués de la Orden, Comendador Mayor de Castilla, emprende una serie de asaltos sobre los distritos de Chinchilla y Segura de la Sierra, los límites septentrionales del Reino de Murcia, que terminan con su conquista en 1242. El rey Fernando III, en compensación por la conquista les cede la administración de toda la conquista. La Orden organiza el territorio, creando la Encomienda de Moratalla, para defender la conquista de todo lo que con el tiempo sería término de Moratalla. Así mismo, delimitó el territorio, concedió el Fuero de Cuenca para su gobierno y creó el Concejo de Moratalla, como tierra libre.

En los primeros tiempos de la conquista, por lo menos hasta fines del XIII, se mantuvo la población musulmana, tal como vemos en los arrendamientos de impuestos de la Orden. Posteriormente, en tiempos del Maestre Muñiz, se repobló con familias de las montañas gallegas y cántabras, pero esta población se refugió al amparo de la fortaleza de Moratalla, quedando el resto de las tierras yermo y abandonado, menos las aldeas mudéjares de Benizar y Priego de la Sierra. Mas de doscientos años duró este abandono, por ser zona de frontera con el Reino de Granada, gobernado por la dinastía nazarí. Durante todo ese tiempo, la zona era camino de paso a las emboscadas y razias que tanto se prodigaron entre moros y cristianos, pero también lugar de paso y contacto de las gentes de la frontera.

Caída Huéscar, en 1488, desapareció la frontera y se empezó a roturar y repartir tierra en la zona, aunque no se creó ningún grupo aldeano, sino distintas haciendas y posesiones, entre los miembros más importantes de la oligarquía, como los Herrero, los Alfaro y los López, destacando las haciendas de Martín Herrero, Casas de Alfaro y Hoya del Alazor. También en ese tiempo se repobló ampliamente la Cañada del Conejo, en la que se produjo la aparición de la Virgen un 7 de mayo, Día de la Ascensión, de 1535, con la consiguiente elevación de una Ermita que fue centro de peregrinaje y devoción.

La riqueza maderera de la zona, sobre todo de los pinos blancos o laricios, hizo de la zona un constante ir y venir de madereros franceses, en su mayor parte de la Auvernia. Algunos de ellos, como Juan de Javanas, Juan de Toral o Juan Blanco, crearon haciendas en la zona, por cesión de tierras por parte del Concejo. También era zona de pastoreo, con las abundantes cabañas de distintos oligarcas ganaderos, cuya lana era comprada por los comerciantes genoveses, asentados en Huéscar. Todos habían de guardar las Ordenanzas de Montes que han permitido conservar hasta hoy esa riqueza que es el sabinar del terciario. Para todo lo relativo a cortas y pastoreo había cuatro Caballeros de Sierra que se encargaban de que se cumplieran las leyes y de la seguridad de los usuarios. Para esta población, fija o itinerante, con anterioridad a 1579 se eleva el Molino de Arroyo Blanco, por Juan López, un poderoso y rico miembro de la familia López, que en algún momento añadió el topónimo de la Hoya del Alazor.

Durante el XVIII se amplía de una manera muy notable la población, dedicada mayoritariamente a la agricultura y ganadería, pues los montes han sido esquilmados y la nueva política del Marina hace que se cree el coto, a cargo de un destacamento de dicho cuerpo militar. Precisamente en esas fechas es cuando comienzan a crearse los núcleos de San Bartolomé y La Santa, origen de los actuales Sabinar y Calar. Pero nada sabemos de qué Santa se trata el nombre, aunque circulen leyendas al respecto que no tienen más valor que ese, el de leyenda.

Superado el paso de los franceses en 1811 sin más cosas dignas de destacar que el incendio de la Casa de Cristo, en la zona también se produjeron los agrios enfrentamientos entre liberales y realistas, que dieron origen a peregrinos asuntos, en los que solía ir mezclada política, poder, dinero y religión. Los ambientes estaban caldeados y se exigían escuelas, iglesias y cementerios, así como mayor atención de los poderes públicos y una mejora de las comunicaciones, reducidas a caminos de herradura, veredas y algún intransitable carril.

Todos estos agravios se pusieron de manifiesto con un movimiento secesionista, que culminó con el decreto de las Cortes de 27 de enero de 1822, por el que se creaban, entre otros, la Villa y Ayuntamiento Constitucional de El Sabinar, formada por el territorio de las pedanías de Rogativa, San Bartolomé y Zacatín, con las tierras del Calar. A fines de 1823 terminó la carrera secesionista, con el restablecimiento del absolutismo y sus secuelas represivas contra todos los individuos que habían formado parte, de una u otra forma, de los efímeros Ayuntamientos Constitucionales.

Durante un tiempo también zona de conflicto con las carlistas, azuzados desde Nerpio por el famoso cabecilla Santoyo.. También, aprovechando los conflictos sociales y políticos de la I República, se produjo la ocupación de El Sabinar por el cabecilla carlista Rico, que fue derrotado en un amago de batalla el 4 de noviembre de dicho año por el Comandante Portillo, del Regimiento “Galicia”, haciendo 216 prisioneros, 8 muertos y 9 heridos.

La apropiación de montes por los particulares y la creación de grandes fincas, así como el régimen de caciquismo de la Restauración crearon un clima de pobreza generalizada, agravada por epidemias de cólera y gripe, que hizo que mucha gente emigrara.

Con la II República, durante el Frente Popular, hubo un amago de nueva secesión con la reinstauración no legal del Ayuntamiento del Sabinar.

Las mejoras urbanísticas y sociales habrá que esperar que lleguen bien acabado el siglo XX. La enseñanza se remitía a las escuelas unitarias de El Sabinar, creadas poco antes de 1883. La seguridad, sobre todo de los poderosos, la defendía el puesto de la Guardia Civil de el Sabinar, en funcionamiento desde 1 de noviembre de 1899. La primera carretera desde la población cabeza, Moratalla, comienza a abrirse en 1913, para unirla con la Caravaca-Nerpio, pero tardará aún varias décadas en terminarse, concretamente en 1948. El primer intento de escuela mixta se produjo en 1937, con la creación oficial de dicha plaza en el Calar. El primer edificio, una unitaria de tipo AER3, se concedió en 23 de septiembre de 1957. El camino asfaltado se aprobó, con un presupuesto de 3.300.000 pesetas, el 7 de enero de 1977. El de electrificación, por importe de 776.334, en 26 de octubre del mismo año.